jueves, 29 de noviembre de 2007

La ley del recuerdo


He vuelto a pisar los pasillos donde se respira la peor servidumbre moral. He vuelto a recordar los días de asfixia rodeado de seres descompuestos intentando conquistar una porción de poder que dé sentido a sus miserables existencias. Ese lugar es un enclave maravilloso que da cobijo a la basura más corrupta.

¿Qué hago yo aquí? ¿Qué pretendo? Seis años dando vueltas me pasé entre pasillos opresores, desorientado y acongojado por el sufrimiento ajeno que me hacía presentir el mío propio.

-¿Ya te has matriculado a Derecho agrario?

- No, ¿por qué?

- Sólo por asistir a clase ya estás aprobado

¿Cómo? Se suponía que yo tenía que soportar ese tipo vejaciones intelectuales. ¡Qué recuerdos! ¡Qué tiempos tan miserables! Ahora veo como me arrastraba por el suelo con la prepotencia añadida del que aspira a una vida mejor a costa de quien sea y lo que sea.

Pero en mi miseria, era demasiado miserable, no encontraba lugar en donde poder vender los restos de mi más íntegro ser; mi poca claridad, mis dudas acerca de la hipersensibilidad aplicada al entorno de una Facultad de Derecho nunca me dejaron abrirme camino entre la maleza de libros, leyes y salva patrias trasnochados.

Me dediqué entonces a lo que más me gustaba para poderme redimir de mis penas y tormentos, encaucé mis energías a algo todavía más fútil, a intentar enseñar algo de buen cine a mis estimables compañeros de Facultad.

No puedo ni quiero olvidar tanta vergüenza acumulada en un mismo espacio de tiempo y lugar, por eso, aprovecho la ocasión para advertir a todos aquellos que quieran mantenerse a salvo, que cuando pisen una Facultad de Derecho tengan muy claro porqué la pisan y adónde van.

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