martes, 12 de mayo de 2009

Mundo cepapero



La vida a vuelto a florecer después de habitar en las penumbras más oscuras del mundo cepapero. El mundo cepapero es algo intangible y desconocido que resbala a los oídos de quienes acostumbran a respirar con normalidad las más de sus noches, o sus días, según se tercie. Al igual que otras muchas dolencias, la que padecemos los cepaperos es especialmente desagradecida e inapta para suscitar empatías.

Después de inhalar la dosis prescrita de corticoesteroides mis fosas nasales se abren como una autopista donde el aire corre a sus anchas sin límite de velocidad. Puedo beberme una copa de vino o una cerveza de más sin temor a presentir la asfixia que me ha de aguardar en el transcurso de la noche. ¿Quién se acuerda de los cornetes hipertróficos o de la desviación de mi tabique nasal?

Tan sólo vislumbro el final de una vida loser a una disfunción pegada mientras saboreo el complejo sabor de una copa de Glenmorangie. Pienso en toda la vida que me queda por delante a pesar de mi tocha corrupta y traicionera. Me decido a vivirla sin más, aún a sabiendas de que puedo volver a fracasar víctima de un ictus repentino o de la ignorancia de quienes no me van a llegar a comprender nunca.

Pienso en el amor más dulce que se amarga por la apartosidad de una máscara oronasal o por el terror que puede llegar a infundir una máquina llamada CPAP, cuyo único delito es el de murmurar por las noches.

El sabor deprimente que aun conserva mi recuerdo no es cosa baladí. Las noches de asfixias solitarias, las siestas imposibles, las apneas, las malditas apneas que me asaltan silenciosamente y sin descanso, nada tienen que ver con el insensato que se dedica a bajar sin recato a las profundidades marinas.