domingo, 21 de octubre de 2007

Noches perras


¡Cálmate tío, cálmate! Me espetó ayer la chica por la que había estado luchando toda la noche después de casi dos horas de lidia. Me quedo delante de ella y no sé qué hacer, descolocado por la profundidad de su aserto. No obstante, a veces, el alcohol tiene la cualidad de mitigar, cual anestésico, los golpes que te inflige la noche.

Unos minutos antes de tan triste situación, provoco un conato de violencia con un joven que se niega a respetar la pequeña porción de espacio que usufructuaba. Entiendo que es difícil saber gestionar los espacios en un antro como este, así que le digo, tranqui, tranqui, tu a lo tuyo! Parece no quererme entender, mientras murmura palabras ininteligibles que no me esfuerzo por comprender.

Todavía tengo restos de su perfume entre mis manos, pero no logro excitarme, ahora recuerdo que ni tan siquiera llegué a fijarme en algunos detalles relevantes de su cuerpo. Todo es vago, pero no por eso menos doloroso. Cálmate tío, cálmate! Estas palabras se me clavan como dardos en mi cabeza. Su sonrisa inquietante delataba una larga tradición como chica espantabuitres, manejaba la situación con soltura y, a pesar de mi y mis reiterados intentos por atraerla, me ignoraba soberanamente.

La noche es perra y el día siguiente suele serlo más. Ahora es momento de recuperar mi dignidad y pensar en otras estrategias tendentes a evitar que una chica me tenga que volver a decir: ¡cálmate tío, cálmate!

sábado, 20 de octubre de 2007

La praxis del martillo


“La fórmula de mi felicidad: un sí, un no; una línea recta, una meta”. Cuesta, pero es un reto que por su propia disposición estimula los engranajes de mi voluntad. No hace falta escribir nada más acerca de esta dichosa sentencia que formuló Friedrich Nietzsche hace algo más de un siglo.

En cualquier caso, percibo que no es del agrado de la chica que me acompaña. Le cuento detalles y algunas anécdotas de la vida de este autor; nada es igual después de haber leído algunas de sus obras, le cuento. Todo cambia, le digo, e insisto en la necesidad de su lectura. Mientras paseamos por el remoto casco antiguo de alguna ciudad, le comento aquello de que Dios ha muerto y que tenemos que reformular un nueva moral para poder aliviar nuestras conciencias.

Su asentimiento sin más, acrecienta mis sospechas sobre la supuesta antiintelectualidad (no consciente) de muchas mujeres, por un momento, la imagino pensando en términos darwinistas acerca de mi potencialidad como garante de su futuro, la imagino aburriéndose con mis palabras y buscando puntos de fuga por donde poder escapar.

Mi nueva moral pasa por eliminar de cuajo elementos distorsionadores de mi realidad que no se atreven a pensar por sí mismos en términos no productivos. No me interesa tu coñito a cualquier precio, tengo que pensar que hay algo más, fantaseo que le digo para mis adentros.

Después de besarnos tímidamente, ella se marcha representando la clásica marcha del ya-te-llamaré. Yo, me quedo dubitativo, calibrando el grueso de mis palabras y reconstruyendo mi fatigada voluntad mientras suena en mi cabeza un play it again Sam, play it again!

miércoles, 17 de octubre de 2007

Solo con los solo



Estoy eufórico, pero con el aplomo necesario para que no se note. El encuentro es casual, improvisado en casa de unos amigos, no muy lejos de mi apartamento, pero tampoco cerca. Llego y me encuentro con un nutrido grupo de pasmarotes que apenas me sonríen con un mueca desacelerada.

Nadie se mueve, decido entonces acercarme para escenificar con algo de autenticidad una encajada de manos que resulta de lo más convincente. Aunque no lo parezca, la escena es de una  insana cotidianidad  por unos segundos me deprime pensar que esta gente son mis amigos.

Ha llegado mi momento, y empiezo a soltarles mi verborrea habitual sobre asuntos que no trascienden más allá de mi propio interés. Les hablo de la necesidad de entender el Manifiesto cunnilinguista o les inquieto con preguntas del tipo ¿sabéis que es la vulva exactamente? Por supuesto, tras semejante impacto no saben qué responder. No se si por pudor o por absoluta ignorancia. La cuestión es que eluden la respuesta y, torpemente, intentan distraer mi atención con cualquier futilidad.

Al final todos acaban riendo y yo me río de mí, con ellos y de ellos, acaso por ellos y para ellos. Pero la cosa no deja de preocuparme. Creo que es la risa que les provoca el hastío vital mientras sucumben a la decadencia de sofá transmutada en una partida de Monopoly.

Yo sigo pensando en la vulva, en su rica gama de rosados colores y en el cuando y a quién volveré a practicar mi próximo cunnilingus.



viernes, 12 de octubre de 2007

Love serenade


Hoy hace un año de mi germánica historia de amor y la más auténtica de todas. Tan sólo me queda de ella un cabello entre los dedos. Pienso que tengo su ADN y me regocijo imaginando que alguien me pide alguna prueba que demuestre que realmente existió. Es rubio, lo exhibo y amenazo a mi interlocutor con someterlo a examen. ¡Dios mío! -pienso, todo esto es patético.

Pero lo cierto es que me aterra la realidad peninsular, la mujer ibérica es bella y pizpireta, pero demasiado mojigata y siempre lleva puesta la sotana moral. Debo confesar que me produce cierta repugnancia; las frases se repiten, el tempo siempre es el mismo y raramente salta alguna chispa que la convierta en algo distinguido. Todavía piensa en aquello de que para que una relación sea duradera hay que ir poco a poco y nunca follar el primer día.

Estos pensamientos me atormentan día tras día, ¿porqué me resulta tan estúpida y previsible la mujer peninsular? No logro conciliar el sueño y estas ideas no son un bálsamo para la noche, la cama sigue siendo dura y los besos siguen siendo besos sin ese lamentable nada más.

Guardo su pelo cuidadosamente y recuerdo que apenas nos hablamos, casi no nos conocimos y sin embargo nos amamos.
¡Good bye Berlin and welcome to your own hell!


martes, 2 de octubre de 2007

Pastis para la noche






Un hombre de aspecto moribundo canta canciones de Brel acompañado de un joven guitarrista de sonrisa perenne. Me encuentro rodeado de nostalgia y el vino corre suave por mi garganta. Mi joven acompañante me ha descubierto este pequeño y singular rincón de la noche barcelonesa más canalla, es el Pastís.

La noche se abre con la voz desgarradora del viejo boss parisino, tiene algo de duende y, por momentos, me imagino a Camarón y Tomatito tocando en algun antro de París. En su mano sostiene con insano fervor un tubo de Glenfiddich, pienso en su hígado y en los pocos días que probablemente le quedarán de vida.

El barman es auténtico, desde la barra observa el percal con manifiesta intensidad; gafas prominentes, pelo escaso echado hacia atrás y cara de malas circunstancias. Le pido dos vinos y me vacila con un brazo completamente enyesado, finalmente acepta mi ofrecimiento y le abro la botella. Nos hacemos amigos sin necesidad de intercambiar una sola palabra.

El directo se acaba después de un par de bises, todo se confunde menos mi deseo de besar a la chica que me acompaña. Lo consigo, y la noche se acaba dulcemente. Cuando nos vamos, me pregunto que querrá decir una de las frases que colgaba de las paredes del local: “Más vale pan con amor que gallina con dolor”. ¡Très bien, Pastís, très bien! Contigo la noche sabe diferente.