viernes, 23 de noviembre de 2007

El origen del mundo


Hago crujir los nudillos de la mano mientras la miro y pienso en un tipo de felación improbable. Pienso en huir para escurrirme por debajo de sus bragas, posiblemente húmedas y todavía calientes, salvaguardando, cual centinela, la entrada a su caverna mágica. Un bello musgo cubre su entrada delatando la tierra fértil que contiene, lo palpo con mis manos y su esponjosa suavidad me invita a penetrar en ella.

Sin duda ese es el origen del mundo y, paradójicamente para hombres como yo (al igual que para otros muchos) se acaba convirtiendo en el último fin de nuestra existencia. Yo lo reconozco, no quiero engañarme inútilmente, nuestra naturaleza, salvo naturales disfunciones, nos convierte en seres que, hipotéticamente, podrían estar todos los días de su vida fornicando sin control ese mismo origen del mundo.

¿Visto desde esa perspectiva, cuántos orígenes del mundo existen, cuántos lo son en potencia? Son multiplicidad de mundos posibles y futuros, son nuestro centro de gravedad indiscutible. La miro otra vez y puedo imaginar el aroma penetrante de la creación, me excito y deseo abalanzarme para crear (y recrearme) con ella un futuro ¿de qué? Ya estoy pensando en otros orígenes posibles, en otras cavernas mágicas que me transporten al supremo placer de les petites morts. Así es como describo yo la frustración de muchos hombres.

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