sábado, 1 de diciembre de 2007

Noche a la romana


Prosiguen las noches de espantás en decadencia. Ayer me llevaron a un garito donde mientras se rendía tributo a Nirvana, la cerveza a medias la pagas tú. El lugar era como un pintoresco bodegón de alcohólicos y alcohólicas reposando al acecho de una copa. Era pequeño y estrecho, pero la cercanía no llevaba a lo cercano, y la chica en cuestión, estaba todavía un poco lejos.

Mis inversiones en la noche barcelonesa hace tiempo que se están devaluando hasta fracasar con un estrépito supino. Es lamentable comprobar que de nada sirve lubricar las horas previas a la acción con la ingenua esperanza de algo más fácil y mejor.

Caminando por la que antaño fuera el ágora romana de la ciudad, uno tiene, al menos, el consuelo de poderse distraer imaginando el bullicio de sus antiguos pobladores en el frenesí de las, otrora, frías mañanas otoñales bajo la protección de un gran Imperio.

Ya no pienso en términos de caza, olvido a la presa. Camino siguiendo las murallas que rodean a la pequeña Barcino y clamo a la diosa Venus para que me asista en mi desesperación. Bueno, ¿ves claro a lo que vamos, no? me comenta mi amigo de fatigas. Está claro que él tiene claro a lo que va ya que tan sólo tiene que seguir la cuerda que su amiga le tiende para, con total seguridad, llegar hasta su catre y consumar el acto.

Yo me quedo a la expectativa de la otra en cuestión; sin cuerda, sin señales manifiestas y con la extraña sensación de haber asistido a una emboscada en la que la víctima soy yo.

No hay comentarios: