sábado, 29 de septiembre de 2007

Hangover


Hoy es día de resaca. Sin proponérmelo, tengo delante una china barely legal espectacular que contorsiona su cuerpo vestida de colegiala a ritmo de pop-rock. Ni que decir tiene que es una auténtica beldad. Es mediodía, gris y lacónico, a estas horas, y en mis circunstancias, los pensamientos son algo más que pobres. La china sigue bailando.

Las resacas solitarias son oscuras como el entresuelo donde habito, hay que asomarse, sacar la cabeza, para vislumbrar algo de luz. Opto por no hacerlo, es el hábitat perfecto para hacerse una buena paja, pero el vídeo de la china no me convence.

Me convierto entonces en un francotirador obsceno de páginas guarras y de más de-géneros que pululan por la red mientras me inyecto nueva savia moral; no soy adicto a la pornografía, pero sí, probablemente, un usuario demasiado fiel. 

A algunos les picará la sarna moral, y yo me río, mientras un memorable cum-shot salpica la pantalla. No soy yo, es un negro de polla colosal que sonríe de satisfacción después de realizar un buen trabajo.

Pero en la resaca, ya se sabe: siempre rige la ley del no-pensamiento.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Noche CPAP


Son las dos del mediodía, intento dormirme después de una mala noche. Me noto cansado y con cierta tensión en lo globos oculares. Este cúmulo de sensaciones me recuerda a las noches de insomnio pasadas hace un par de años, cuando dormir era un quimera malsonante y la cama el escenario perfecto para sufrir mi tortura.

Todo parece que marcha, se acerca la hora de comer y yo estoy estirado en la cama intentando miserablemente recuperar horas de sueño perdidas por no se sabe qué. La cosa va bien, pongo un cede de Vinicius de Moraes en La Fusa (todo un clásico) para lubricar este momento de transición tan delicado: se trata de lograr dormirme sin que el berrido producido como resultado de la obturación de mis vías respiratorias superiores me despierte, justo en el momento que paso de la vigilia al sueño.

Lamentablemente después de varios intentos, y como parecía previsible, a las dos y veinte minutos un ronquido penetrante y sonoro me despierta de mi última posibilidad de conciliar el tan ansiado sueño reparador. Me he convertido en un anónimo rastrero que regatea al día horas de sueño.

La noche es peor, mi cajón-cama de láminas-piedra y colchón escaso, contribuye a convertir en espartanas mis experiencias nocturnas; los revolcones son violentos y frecuentes en busca de una postura que me permita dignamente acceder al sueño.

Todo es en vano, la Apnea del sueño ha vuelto y está dispuesta a cebarse conmigo; ni siestas, ni noches ni medias mañanas. ¡No me deja respiro! Estoy tan desesperado que empiezo a fantasear con la posibilidad de comprarme un CPAP, artilugio siniestro que insufla aire a través de una mascarilla. El tema es peliagudo, me imagino estirado en la cama con la mascarilla de mi Continuous Positive Airway Pressure en la cara, disfrutando de sus generosas dosis de aire al tiempo que me pregunto que mujer será capaz de superar conmigo la primera noche-cepap.


domingo, 23 de septiembre de 2007

Incómoda gasuística




Hace algún tiempo que vengo reflexionando acerca de una cuestión harto delicada y de más que difícil acomodo en el discurrir de charlas y demás contiendas dialécticas. “La gestión de gases en el contexto de la relación de pareja heterosexual” es el nombre que le di a mi más que justificada tribulación.

Parece absurdo y absolutamente vergonzoso tener que hablar de una tema tan escatológico y carente de atractivo. Pero es precisamente su carácter incómodo lo que me ha llevado hasta aquí. ¿Cuantos de nosotros no hemos pensado alguna vez en los malditos pedos? Putos gases que pervierten el silencio de tantas noches.

En alguna ocasión intenté tímidamente tratar la cuestión con mi pareja; le hablé de flatulencias y de que padecía algo llamado meteorismo. En fin, terminología médica al uso, no menos desconcertante e igual de grotesca.

Las primeras semanas de cualquier relación, la cama se convierte en un ring siniestro donde se produce una batalla desigual; no hay nada que hacer contra el infinito poder de algunos genes. A veces mientras follamos tenemos que evitar realizar determinadas contorsiones que facilitan la expulsión de gases de manera involuntaria. Y no porque realmente vaya a suceder sino por simple cuestión probabilística. ¿Quién no ha imaginado despertar algo más que el sueño de nuestra pareja o amante? El potencial antiestético de las ventosidades sin duda es extremo, y en el contexto donde yo las sitúo bien pueden adquirir dimensiones devastadoras.

Hasta el día de hoy, no me han hecho observaciones al respecto, sin que por ello deje de preocuparme tan sonora cuestión. Hay que apelar a la tolerancia y al respeto pero, ¿cómo sobreponerse a la brutalidad del pedo antiromántico? Francamente la gestión de este tipo de gases es un aprendizaje necesario más allá de las convenciones sociales. Yo propongo su estudio sosegado y una práctica moderadamente explícita. Cuestión que dejo para otro momento, y sin duda más compleja y desagradable, será la de gestionar las posibles consecuencias de su profusa gama de olores.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Almorranas forever



Las almorranas son, como poco, una anécdota que demuestran algo más que la existencia de la noche. Más bien se convierten en vestigio de ciertos excesos en los que a menudo nos vemos empujados, sin discurso propio, sin argumentos que definan su justa causa.

1. f. Med. Tumoración en los márgenes del ano o en el tracto rectal, debida a varices de su correspondiente plexo venoso. Más bien sangre, dolor y lágrimas en el puto culo, yo diría. En cualquier caso es interesante constatar que puede darse una sana convivencia.

Parece ayer cuando, siendo adolescentes, recuerdo a un amigo describiendo sus primeras experiencias en este campo tan dichoso y receloso de intromisiones espontáneas. Eran tiempos de ignorancia, de descrédito y de bondad malentendida. Huelga decir que me costaba empatizar con tales sufrimientos. “Lo que hago es meterme para adentro las venas hinchadas alrededor del ojete” explicava, es decir: tenía que recolocar o reconducir las, sin duda, impertinentes tumoraciones de los márgenes del ano en el interior de su tracto rectal. Canela fina, que algunos dirían. Mero discurso escatológico para otros.

Hoy, nuestra amarga decadencia nos muestra la debilidad de la carne, más concretamente me palpo con los dedos los entresijos más corruptos de mi ano, mientras pienso en las cervezas de más que he bebido a lo largo de la noche. Pienso que no puede ser, he dejado la coca, los porros y el tabaco. ¿Para qué? Para acabar constatando la fungibilidad de nuestros cuerpos y mi decisión irrevocable de no renunciar nunca más al dorado placer de una cerveza.