domingo, 21 de octubre de 2007

Noches perras


¡Cálmate tío, cálmate! Me espetó ayer la chica por la que había estado luchando toda la noche después de casi dos horas de lidia. Me quedo delante de ella y no sé qué hacer, descolocado por la profundidad de su aserto. No obstante, a veces, el alcohol tiene la cualidad de mitigar, cual anestésico, los golpes que te inflige la noche.

Unos minutos antes de tan triste situación, provoco un conato de violencia con un joven que se niega a respetar la pequeña porción de espacio que usufructuaba. Entiendo que es difícil saber gestionar los espacios en un antro como este, así que le digo, tranqui, tranqui, tu a lo tuyo! Parece no quererme entender, mientras murmura palabras ininteligibles que no me esfuerzo por comprender.

Todavía tengo restos de su perfume entre mis manos, pero no logro excitarme, ahora recuerdo que ni tan siquiera llegué a fijarme en algunos detalles relevantes de su cuerpo. Todo es vago, pero no por eso menos doloroso. Cálmate tío, cálmate! Estas palabras se me clavan como dardos en mi cabeza. Su sonrisa inquietante delataba una larga tradición como chica espantabuitres, manejaba la situación con soltura y, a pesar de mi y mis reiterados intentos por atraerla, me ignoraba soberanamente.

La noche es perra y el día siguiente suele serlo más. Ahora es momento de recuperar mi dignidad y pensar en otras estrategias tendentes a evitar que una chica me tenga que volver a decir: ¡cálmate tío, cálmate!

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