sábado, 20 de octubre de 2007

La praxis del martillo


“La fórmula de mi felicidad: un sí, un no; una línea recta, una meta”. Cuesta, pero es un reto que por su propia disposición estimula los engranajes de mi voluntad. No hace falta escribir nada más acerca de esta dichosa sentencia que formuló Friedrich Nietzsche hace algo más de un siglo.

En cualquier caso, percibo que no es del agrado de la chica que me acompaña. Le cuento detalles y algunas anécdotas de la vida de este autor; nada es igual después de haber leído algunas de sus obras, le cuento. Todo cambia, le digo, e insisto en la necesidad de su lectura. Mientras paseamos por el remoto casco antiguo de alguna ciudad, le comento aquello de que Dios ha muerto y que tenemos que reformular un nueva moral para poder aliviar nuestras conciencias.

Su asentimiento sin más, acrecienta mis sospechas sobre la supuesta antiintelectualidad (no consciente) de muchas mujeres, por un momento, la imagino pensando en términos darwinistas acerca de mi potencialidad como garante de su futuro, la imagino aburriéndose con mis palabras y buscando puntos de fuga por donde poder escapar.

Mi nueva moral pasa por eliminar de cuajo elementos distorsionadores de mi realidad que no se atreven a pensar por sí mismos en términos no productivos. No me interesa tu coñito a cualquier precio, tengo que pensar que hay algo más, fantaseo que le digo para mis adentros.

Después de besarnos tímidamente, ella se marcha representando la clásica marcha del ya-te-llamaré. Yo, me quedo dubitativo, calibrando el grueso de mis palabras y reconstruyendo mi fatigada voluntad mientras suena en mi cabeza un play it again Sam, play it again!

No hay comentarios: