miércoles, 17 de octubre de 2007

Solo con los solo



Estoy eufórico, pero con el aplomo necesario para que no se note. El encuentro es casual, improvisado en casa de unos amigos, no muy lejos de mi apartamento, pero tampoco cerca. Llego y me encuentro con un nutrido grupo de pasmarotes que apenas me sonríen con un mueca desacelerada.

Nadie se mueve, decido entonces acercarme para escenificar con algo de autenticidad una encajada de manos que resulta de lo más convincente. Aunque no lo parezca, la escena es de una  insana cotidianidad  por unos segundos me deprime pensar que esta gente son mis amigos.

Ha llegado mi momento, y empiezo a soltarles mi verborrea habitual sobre asuntos que no trascienden más allá de mi propio interés. Les hablo de la necesidad de entender el Manifiesto cunnilinguista o les inquieto con preguntas del tipo ¿sabéis que es la vulva exactamente? Por supuesto, tras semejante impacto no saben qué responder. No se si por pudor o por absoluta ignorancia. La cuestión es que eluden la respuesta y, torpemente, intentan distraer mi atención con cualquier futilidad.

Al final todos acaban riendo y yo me río de mí, con ellos y de ellos, acaso por ellos y para ellos. Pero la cosa no deja de preocuparme. Creo que es la risa que les provoca el hastío vital mientras sucumben a la decadencia de sofá transmutada en una partida de Monopoly.

Yo sigo pensando en la vulva, en su rica gama de rosados colores y en el cuando y a quién volveré a practicar mi próximo cunnilingus.



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