lunes, 31 de diciembre de 2007

Cocaína, mon amour


Vuelven las noches amargas de rayas fugaces y black holes inexplicables. El gruyerismo de la coca es lo que más me preocupa en estos momentos de recomposición neuronal; los boquetes se abren por todas partes mientras llueve una fuga de palabras. Después de años de desarrollo moral, llego a esta conclusión; esnifa una raya siempre que te encuentres en un callejón sin salida emocional.

Son horas bajas y la senda de los losers es inextricable. Vuelvo de Ibiza, tierra de pasión y desenfreno, y perspectivas de pasar unos días de euforia constantemente acelerada. Mientras paseo por Dalt Vila, recinto amurallado de casas coronadas por la vieja catedral de Santa María la Mayor, imagino el asedio de turcos y moros intentando conquistar esta pequeña ciudad. Un grabador nos facilita este pequeño ejercicio de imaginación con sus ilustraciones de época que nos acompañan en cada panel informativo dispuestos lo largo de todo el recorrido.

En uno de sus acantilados se mezclan estas evocaciones históricas con la prometedora fantasía de un suicidio improvisado que definitivamente me haga subir la adrenalina. El final son unas rocas cargadas de historia y poco más.

Ahora vuelvo a mis working hours de asedio y capitalismo salvajes; sirvo focaccias para no autodestruirme y contentar a los capullos que, sin quererlo, alimentan cada día más mi estado de insignificancia.

Entonces llega la noche sosegadamente, me animo con profusos tragos de algún elixir conocido y alguien que no conozco me ofrece compartir con él algunas rayas. Miro en la mochila que cargo a mis espaldas y no encuentro nada. Definitivamente, es entonces el momento de no decir que no.

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