Todo parece que marcha, se acerca la hora de comer y yo estoy estirado en la cama intentando miserablemente recuperar horas de sueño perdidas por no se sabe qué. La cosa va bien, pongo un cede de Vinicius de Moraes en La Fusa (todo un clásico) para lubricar este momento de transición tan delicado: se trata de lograr dormirme sin que el berrido producido como resultado de la obturación de mis vías respiratorias superiores me despierte, justo en el momento que paso de la vigilia al sueño.
Lamentablemente después de varios intentos, y como parecía previsible, a las dos y veinte minutos un ronquido penetrante y sonoro me despierta de mi última posibilidad de conciliar el tan ansiado sueño reparador. Me he convertido en un anónimo rastrero que regatea al día horas de sueño.
La noche es peor, mi cajón-cama de láminas-piedra y colchón escaso, contribuye a convertir en espartanas mis experiencias nocturnas; los revolcones son violentos y frecuentes en busca de una postura que me permita dignamente acceder al sueño.
Todo es en vano, la Apnea del sueño ha vuelto y está dispuesta a cebarse conmigo; ni siestas, ni noches ni medias mañanas. ¡No me deja respiro! Estoy tan desesperado que empiezo a fantasear con la posibilidad de comprarme un CPAP, artilugio siniestro que insufla aire a través de una mascarilla. El tema es peliagudo, me imagino estirado en la cama con la mascarilla de mi Continuous Positive Airway Pressure en la cara, disfrutando de sus generosas dosis de aire al tiempo que me pregunto que mujer será capaz de superar conmigo la primera noche-cepap.
1 comentario:
Brillante!
Publicar un comentario