miércoles, 1 de septiembre de 2010

Sueños



Hoy he tenido uno de esos sueños perfectos para el diván de cualquier psicoanalista. De él, como suele pasar, recuerdo sólo algunos fragmentos, acaso los más extravagantes e inquietantes y, por qué no admitirlo, también los más dados a la interpretación.

En el más sugerente de ellos me encuentro estirado en una cama situada en la parte exterior de un edificio. Diríamos que es una suerte de habitación invertida, pero sin paredes ni suelo, en ella sólo hay tres camas y todas están ancladas a la fachada pero sin saber de qué manera. A través de una ventana podemos acceder al interior del edificio. Estoy un poco angustiado porque no me gusta la cama que me ha tocado, miro para bajo y puedo ver el vacío que se forma a unos 20 o 30 metros de altura.

No estoy cómodo, más bien estoy aterrado, porque noto que la cama es algo enclenque y no me proporciona la seguridad que uno necesitaría en tales circunstancias. Desconozco de quién son las otras camas con las que que comparto tan rica experiencia. Me da la sensación que en cualquier momento me puedo caer y siento la necesidad de cambiarla por otra más firme de las que tengo a mi lado. Supongo que habré sudado en estos momentos.

También recuerdo que voy en mi nueva bicicleta, pero las cosas se tuercen por un problema con las ruedas. Me detengo a ver que sucede, resulta que están desinfladas y por más que las inflo siguen siendo flácidas y se deforman con tanta facilidad como los relojes blandos de Dalí.  Siento inquietud y algo de tristeza frente a la impotencia que suscita en mí esta inexplicable situación. Me paro en un semáforo, ahora voy en ciclomotor, me saco las gafas y, de repente, están viejas y desgastadas. Siento gran disgusto por ello ya que no me voy a poder comprar otro par.

Por último, me encuentro en una ciudad desconocida, pequeña, podría ser una pueblo grande. Toda ella es como un zoológico, con esto, quiero decir que uno puede pasearse tranquilamente por ahí  contemplando cada especie de animal a medida que camina por sus callejuelas. Mientras voy paseando, me detengo a observar con gran interés los nidos que algunas especies de murciélagos tienen en las grietas de pequeños roquedales integrados en el entramado urbano. Sigo caminando  y recuerdo un piso muy bonito que puede comprar unos años atrás en una bonita plaza de esta ciudad desconocida, que bien podría llamarse Barcelona.

Me despierto, he dormido bien a pesar de tantos contratiempos y situaciones embarazosas. Hay pocos momentos más placenteros que cuando uno se despierta de una pesadilla y, entre bostezos, se da cuenta que todo ha sido un sueño. 

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